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Actualizado: 9 de junio de 2025


Y eso que el buen hombre, gracias á su amigo, no había caído en la mayor ratonera de Madrid; no había sido martirizado en el más cruel de todos sus potros: en las casas de huéspedes; ni había, gracias á su corteza ruda y á su sencilla educación, visitado la corte por dentro.

Y el bufón se levantó y abrió la ventana de su mechinal. ¿Qué hacéis, hermano? cerrad, que corre ese vientecillo que afeita. Obscuro como boca de lobo dijo el bufón. ¿Y qué nos da de eso? Y lloviendo. Pero explicáos. ¿Queréis ver al ratón en la ratonera junto al queso? ¡Diablo! dijo Quevedo . ¿Y para qué? Y después de un momento de meditación, añadió: Si quiero. Pues quitáos los zapatos.

Y don Juan, abandonando la ratonera, rué hacia su sobrino con la sonrisa paternal, bondadosa, que reservaba para Juanito aquel hombre duro y malhumorado con todos. La mirada curiosa e interrogante del sobrino llamó su atención. ¿Desde cuándo no has estado aquí...? Creo que desde que eras un chicuelo y subías a enredar con tus compinches. Lo menos hace veinte años.... Está bien arreglado, ¿verdad?

Quizás volvió a decir Sarto. ¡Vamos a Estrelsau! Mire usted que si seguimos aquí nos van a coger como en una ratonera. ¡Sarto! exclamé. ¡voy a intentarlo! ¡Bien, joven, bien! Ahora sólo falta que nos hayan dejado los caballos que tenía aquí de repuesto. Voy a ver. Pero tenemos que dar sepultura a ese infeliz dije. No hay tiempo para eso. Pues he de hacerlo. ¡El demonio me lleve! gruñó.

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