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Lit. de J. Donen, Madrid. Capítulo quinto. Medina-Azzahra. El grande y generoso Abde-r-rahman An-nasír tenia una concubina que dejó al morir una ingente riqueza, y el califa dispuso que se emplease toda en redimir muzlimes cautivos.

Andrés, que abrigaba vehementes sospechas, muy próximas a la certeza, de lo que su tío quería decirle, trataba, por cuantos medios hallaba, de divertirle de su propósito. Preguntábale a cada paso a quién pertenecían las fincas que dejaban a los lados; se enteraba menudamente de la riqueza de cada vecino, de la forma del cultivo, de las vicisitudes agrícolas de los años anteriores.

Más de una vez decir, tanto al uno como al otro, que en aquella soledad pasaron los días más felices de su vida. A pesar de la escasez de medios, mi madre despreciaba siempre la riqueza.

La razón que nos lleva a llamar dinero a toda riqueza, es que el dinero es una riqueza sin la que no se puede pasar. El dinero es además un valor que circula más fácilmente que todos los demás valores, y que los representa y los mide. El dinero no es toda la riqueza, sino la parte móvil, líquida y más circulante de la riqueza.

Basta, pues, lo dicho para que aproximadamente se pueda formar juicio de la riqueza que atesoraron las casas sevillanas en el siglo XVI, bien distinta, ciertamente, de las contemporáneas.

Poseyendo una de las regiones tropicales más grandes del mundo, juntamente con una meseta interior subtropical y fértiles extensiones templadas en los estados del sur, la república ha contado siempre con los productos del suelo y de los bosques como una inmensa fuente de riqueza.

No es así, felizmente: nuestra admiración no nace de la multitud de sus producciones, sino de las excelencias y perfecciones que las distinguen, de la fuerza creadora poética, que se descubre en ellas, de la inagotable riqueza de su inventiva y de su exuberante imaginación.

La ventajosa posicion de tu marido debe llenarte de orgullo, y cuando la edad te permita aparecer en público con el rostro descubierto, brillará en tus ojos la satisfaccion de ver honrados y aventajados á tus hijos. ¡Cuánto te engañas! Ahora que soy jóven nada me halaga, porque la riqueza de mi esposo solo sirve para dorar las prisiones en que vivo.

Algo más que el dolor de la esposa ultrajada vibró en los lamentos de Cinta. Era la rivalidad con aquella mujer de Nápoles que ella creía una gran señora con todos los atractivos de la riqueza y de un alto nacimiento; la envidia por sus armas superiores de seducción; la rabia por su propia modestia y su humildad de mujer casera.

La extraña doctrina que acabo de exponer, idéntica en Buckle y en Peñalosa, no puede refutarse o censurarse con ironía. Es menester desecharla con seriedad. No es asunto de burla. No. La riqueza y la prosperidad y la cultura no acuden a los pueblos, porque los pueblos abandonen a Dios y maten o vendan a sus príncipes.