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Estos pececillos, no se sabe aún por qué motivo, viven en el vientre de estos moluscos. Les entran por la boca y se les pasean por dentro como si estuvieran en su casa. ¿Y la olutaria los tolera? Desde luego que , pues con su poderosa contracción muscular podría expelerlos fácilmente, y, por el contrario, los deja en paz, como si la visita le fuera agradable.

¡Qué animal tan extraño! exclamaron los dos jóvenes en el colmo de la sorpresa. Pues esto es más extraño todavía dijo el Capitán recogiendo otra olutaria, de cuya boca salía un pececillo de pocos centímetros de largo, vivo todavía. ¿Tal vez un pez que no ha podido digerir? preguntó Cornelio. No; es el compañero de la olutaria respondió el Capitán. No te comprendo. Me explicaré mejor.

Son los intestinos del molusco dijo el Capitán anticipándose a contestar a la pregunta que iba a hacerle su sobrino . Su contracción muscular es tan fuerte, que le hace expeler las vísceras. Si yo arrojase ahora al agua esta olutaria, ¿podría vivir? ; y viviría aunque le arrancaras los intestinos, pues no tardarían en reproducírsele.

Añade a esto que son imprevisores, y que jamás piensan en el mañana. Si cae en sus manos un kanguro o un casoar, se apresuran a asarlo, y lo devoran, sin dejar más que los huesos, no preocupándose de si tendrán para comer al siguiente día. ¿Comen, pues, mucho? Ahí tienes un ejemplo dijo el Capitán . La olutaria ha desaparecido en seis bocados dentro de ese vientre que parece no tener fondo.

Es una olutaria bankolungan dijo el Capitán . Es una especie muy apreciada, y que los chinos pagan bastante cara. Y ¿cuál es la conformación de esos moluscos? No les veo ni cabezas ni ojos. No tienen cabeza ni ojos, Cornelio. Tampoco tienen oído ni olfato, pues les faltan los órganos de esos sentidos.

Pide de comer dijo Van-Stael . No somos fondistas, señor salvaje; pero si estás en ayunas, puedes comerte esta olutaria. Tomó una de la especie llamada zapatos, y se la arrojó al australiano, que la pilló al vuelo, llevándosela ávidamente a la boca. ¡Qué apetito! exclamó Hans. No hay que maravillarse, sobrino mío.