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Actualizado: 14 de junio de 2025
Los palos que sostenían los sombrajos estaban unidos por cuerdas, y pendientes de ellas se balanceaban uniformes de soldados, viejas levitas, pantalones roídos por el roce, sobrefaldas de gasa que habían sido de moda treinta años antes, sayas que olían a humedad y a polvo, delatando el olvido en los cofres de algún desván.
Como que todo Madrid iba allí a comprar agujas, y su papá se carteaba con el fabricante... Su papá recibía miles de cartas al día, y las cartas olían a hierro... como que venían de Inglaterra, donde todo es de hierro, hasta los caminos... «Sí, hija, sí, mi papá me lo ha dicho. Los caminos están embaldosados de hierro, y por allí encima van los coches echando demonios».
Yo no como aquí dijo el joven, enfundando las manos en sus guantes, como en el Café de París, con unos amigos. ¡Muy bien! ¿y para eso había hecho esperar tanto tiempo? ¡Ir a comer fuera, cuando la tía se había esmerado tanto en la confección de aquellos hojaldres, que olían deliciosamente, recién saliditos del horno!
Los dos próceres se miraban, como preguntándose qué diablos hacían allí, porque los muebles, dorados, y la mesa, incrustada de nácar, olían a boudoir a la legua, a pesar del humo de cigarro que daba en las narices, tan pronto como se ponía el pie en el mullido bruselas de colores vivos.
Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo en su hueco Spadoni. ¡Oh, Alteza! Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe como si lo hubiese visto el día anterior. Fué guiándole por corredores y salones sumidos en una penumbra policroma y que olían á polvo. Hacía muchos meses que los ventanales de colores no habían sido abiertos ni descorridas las cortinas.
Sus jumeras eran siempre una fuerte emersión de lágrimas patrióticas, porque todo lo decía llorando. Allí brindó por los héroes de Trafalgar, por los héroes del Callao y por otros muchos héroes marítimos; pero tan conmovido el hombre y con los músculos olfatorios tan respingados, que se creería que Churruca y Méndez Núñez eran sus papás y que olían muy mal.
Ahora y en la hora de nuestra muerte... sí, ya... ¡Si son como las rosquillas inglesas que me hiciste comprar el otro día y que olían a viejo...! Parecían de la boda de San Isidro.
Palabra del Dia
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