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Actualizado: 22 de mayo de 2025
«Así desde las Indias á Valaquia Corra tu nombre y fama, Que ya por nuestra patria se derrama Desde que viste la morisca puerta De Túnez y Biserta. Armado y niño en forma de Cupido, Con el marqués famoso Del mejor apellido, Como su padre, por la mar dichoso, No siempre has de atender á Marte airado Desde tu tierna edad ejercitado.» Vanderhamen, Historia de D. Juan de Austria, lib.
Bajando de la ciudad hacia el valle y describiendo largo rodeo, Ramiro entraba ahora por aquella ventana, cuyo escalamiento exaltaba su caballeresca fantasía. Aixa le esperaba en el vano, tendiéndole los brazos para ayudarle a subir. Pero ya no pasaban todas las horas sobre las vistosas almohadas; llegada la tarde, la morisca le llevaba a una terraza descubierta que avanzaba hacia el mediodía.
Tan pronto parece una elegante torre morisca con mil cresterías, ahora es un globo de fuego; pero sus contornos varían siempre, y se presentan destacados... ¡Virgen del Carmen! se diría que es un rostro humano... Sí... esa ancha frente... y esa boca... ¡Oh! no... sí... Jesús... ¡es él!...
En las provincias de la Península que había recorrido hasta entonces, desoladas por la guerra civil, no había tenido ocasión de asistir a estas grandiosas fiestas nacionales y populares, en que se combinan los restos de la brillante y ligera estrategia morisca con la feroz intrepidez de la raza goda.
Pero aquel imperceptible rumor hizo incorporar instantáneamente a la hermosa morisca. Creía verla aún caminando hacia él, de modo lento, sus enormes ojos clavados con espanto en la abertura. Había adivinado: apenas hubo entrado en la cuadra del baño, exclamó: ¡Eres tú, Ramiro! ¡Eres tú! Luego, la brega muda, terrible.
Palabra del Dia
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