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Actualizado: 15 de septiembre de 2025
Iba ya vencida la temporada, y Ruiloz estaba, aunque no arrepentido del favor hecho a su amigo, cansado de tener más trabajo que en Madrid, cuando llegó a Saludes un matrimonio joven, acompañado y servido por una doncella y un ayuda de cámara: albergáronse amos y criados en la mejor casa del pueblo, y en seguida el marido, que se llamaba D. Javier Molínez, se presentó a Ruiloz diciéndole que su esposa venía enferma, y que sólo para que él la asistiese habían hecho el viaje.
Para Molínez no encontraba calificativo bastante duro: era un miserable vulgar, que sintiendo inclinación hacia una mujer la dejó en cuanto supo que era pobre, dándole por rival a su misma prima, prolongando luego una situación en que la infeliz había de sufrir doblemente con mortificaciones de amor propio y... acaso, acaso con dolorosísimos celos.
Este cambio, casi repentino, y las constantes visitas a la familia de Molínez, daban cierta apariencia de verdad a la suposición de que al doctor no le preocupaba única y exclusivamente el cuidado de un enfermo grave. La mejoría de Clotilde Molínez valió a Ruiloz muchas enhorabuenas, pero a espaldas suyas dio pábulo a grandes murmuraciones.
Palabra del Dia
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