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Actualizado: 17 de junio de 2025
Maltrana hizo que uno de los testigos le diera unas monedas para que se fuese, y además le llamó «menino» lo único que sabía de portugués , con lo cual creyó halagarlo. Pero el «menino» se guardó los cuartos, y en vez de marcharse se pegó a él, como si adivinase la importancia de su persona.
Era un caballero alto, fornido, de unos cuarenta años de edad, la tez morena, los ojos negros, los cabellos crespos y comenzando a blanquear; fisonomía abierta y simpática. Vestía traje de casa, chaqueta obscura y gorra de cazador. ¡Bis, bis...! ¡menino...! ¡pobrecito, pobrecito! El gato permitió al fin que se le acercase y le dirigió una mirada triste y medrosa.
En casa le daban mucha cantaleta, lo cual hacía que se ocultase para desempeñar esta tarea y que procurase cerrar su cuarto a todo el mundo. Ricardo no había entrado nunca en él. Así que sin pensar en el Menino se puso a contemplarlo con atención curiosa e impertinente.
Y dejando a un lado estos goces más o menos espirituales, por los que más de un muchacho en la villa haría estupendos sacrificios, y atendiendo únicamente al aspecto material de la existencia, o sea al bienestar del cuerpo, menester es dejar escrito que el Menino estaba en su jaula como un arzobispo y tratado a qué quieres cuerpo, y pide por esa boca; cañamón por aquí, alpiste por allá, unas veces lechuga, otras, sopas de chocolate, otras, migajas remojadas en leche; en fin, que pedir más era ofender a Dios.
Palabra del Dia
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