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Actualizado: 29 de julio de 2025
Casi al mismo tiempo silbó una bala, seguida de una detonacion: Mautang soltó el fusil, lanzó un juramento y llevándose ambas manos al pecho cayó girando sobre sí mismo. El preso le vió revolcándose en el polvo y arrojando sangre por la boca. ¡Alto! gritó el cabo poniéndose súbitamente pálido. Los soldados se pararon y miraron en torno.
Y á tí ¿qué te importa, Carolino? preguntó. A mí nada, ¡pero me dan pena! contestó el Carolino; ¡son hombres como nosotros! ¡Como se vé que eres nuevo en el oficio! repuso Mautang riendo compasivo; ¿cómo tratábais, pues, á los presos en la guerra? ¡Con más consideracion, seguramente! respondió el Carolino.
Mautang se quedó un momento silencioso y despues como encontrando su réplica, repuso tranquilamente: ¡Ah! es que aquellos son enemigos y embisten, mientras que éstos... ¡éstos son paisanos nuestros! Y acercándose dijo al oido del Carolino: ¡Qué simple eres! Se les trata así para que ensayen de rebelarse ó escaparse y entonces... ¡pung! El Carolino no contestó.
Uno de los presos suplicó que le dejasen descansar porque tenía que hacer una necesidad. ¡El lugar es peligroso! contestó el cabo, mirando inquieto al monte; ¡súlung! ¡Súlung! repitió Mautang. Y silbó la vara. El preso se retorció y le miró con ojos de reproche: ¡Eres más cruel que el mismo español! dijo el preso. Mautang le replicó con otros golpes.
Sin embargo, entre los soldados había uno que miraba con malos ojos tantas crueldades inútiles: marchaba silencioso, las cejas fruncidas como digustado. Al fin, viendo que el guardia, no satisfecho con la rama, daba de puntapiés á los presos que se caían, no se pudo contener y le gritó impaciente: Oye, Mautang, ¡déjalos andar en paz! Mautang se volvió sorprendido.
Palabra del Dia
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