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Actualizado: 2 de junio de 2025
Como se recuerda a las personas más queridas de la familia, así vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniquís de tamaño natural vestidos de mandarín que había en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver.
Funcionaron las bombas oportunamente, se echaron las culpas sobre un pinche de cocina y se dieron excusas al venerable Gu-Ly. »¿Encuentra usted el relato un poco largo? ¡Paciencia! todo se andará. El mandarín quiso devolverle su fineza y le invitó para el día siguiente a uno de esos banquetes en que triunfa la prodigalidad china. Nosotros somos unos pobres señores comparados con esos originales.
La duquesa de Bara habíale encontrado gran parecido, vestido de mandarín, con un retrato publicado en La Ilustración, de Pan-Hoei-Pan, célebre literata china, y Pan-Hoei-Pan comenzó a llamarle desde entonces la inmensa falange de sus sobrinos legítimos y espurios.
Y mientras todos en la casa y fuera de ella, observan, la melancolía del mandarín y adivinan sus deseos, sólo el marido permanece sosegado, ignorante, persistiendo siempre en alegrarle con opíparos banquetes y regocijadas fiestas.
Y su voz prosiguió paciente y suave: ¿Qué me dices de veinte o veinticinco millones de pesetas? Bien sé que es una bagatela... más, en fin, constituye un comienzo; son una ligera habilitación para conquistar la felicidad. Ahora reflexiona sobre esto: El Mandarín, ese Mandarín del fondo de la China, es un viejo decrépito y gotoso.
La Náyade no izó el pabellón imperial hasta después de haber castigado implacablemente al mandarín gobernador y a todos los que se habían reunido alrededor de su persona. A la hora en que le escribimos, señora, ya no existe la ciudad llamada Ky-Tcheou; no queda en su lugar más que un montón de cenizas que podría ser llamado la tumba del comandante Chermidy.
Palabra del Dia
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