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Actualizado: 23 de junio de 2025
Como militares no transigía con ellos, los consideraba una verdadera plaga social... Ahora, «como hombres,» bien podían ser dignos de estimación, según sus cualidades. Los amores de Emilita habían nacido y crecido como otros muchos en casa de las de Meré. Eran éstas dos señoritas que pasaban de los ochenta y no llegaban a los cien años. De todos modos, a la entrada del siglo XIX eran ya maduras.
Ambos entonces, imitando a la zorra, y perdóneseme lo ruin de la comparación, dicen no están maduras, y se vuelven a la isla desierta, donde viven en soledad y conversación interior hasta que les llega el día de su glorioso tránsito, o sea de la muerte. Así, y no creo que muy libremente interpretada, es la novela filosófica de Tofail.
Ahora, la celebridad traía á sus brazos damas de alta posición, pero con un pasado inconfesable, ansiosas de novedades y excesivamente maduras. Esta burguesa que marchaba hacia él y en el momento del abandono retrocedía con bruscos renacimientos de pudor representaba algo extraordinario. Los salones de tango experimentaron una gran pérdida.
Continuó, pues, durante aquel día y los sucesivos, tomando parte activa en las distracciones de la bulliciosa colonia que habitaba los Genets, haciendo creer a su tía que se ocupaba a través de juegos y de risas, en profundos estudios y maduras observaciones acerca del carácter de aquellas señoritas, quienes, en realidad, lo tenían sin cuidado.
Y, en realidad, aunque la mudanza sea visible, las modas nunca desaparecen del todo: unas viven en la memoria de los viejos; otras en el recuerdo de las gentes maduras: las últimas en nuestro gusto. El fin de todas es el mismo: irán a los museos, mientras las generaciones que las usaron yacen en la eternidad, para dejar paso a otros usos, a otras trasformaciones, a otros gustos y a otros atavíos.
Palabra del Dia
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