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Actualizado: 2 de julio de 2025
¡Eh! ¿por qué no he de pensar? replica el molinero con el sordo gruñido que le es peculiar y que acompaña siempre a sus lacónicos discursos. ¡Eh pilluelo! continúa y la bonachona sonrisa que lo caracteriza en las horas de buen humor se extiende sobre sus facciones toscamente trazadas, y las ilumina. ¿Te has incomodado, eh?
Pero otras preocupaciones más importantes atormentaron al coronel. Se había iniciado la temida ofensiva. Los telegramas de la guerra eran lacónicos y tristes. Retrocedían los aliados ante el avance alemán. Sus líneas no se rompían, pero vacilaban, se encorvaban bajo los abrumadores golpes del enemigo. Todos los días se perdían docenas de pueblos y grandes espacios de terreno.
Y su apellido, semejante al resonar del trueno o de la artillería, también se concertaba mal con sus lacónicos y pausados discursos, pronunciados siempre en voz baja y suave. El señor Vandenpeereboom era además tan pequeñuelo y delgado, que parecía un duende. Casi no se le oía ni se le veía. Cuando no estaba haciendo cuentas estaba rezando sus devociones, por ser muy religioso y devoto.
Palabra del Dia
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