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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Al lado de Linneo y Cuvier, se veía á Goethe y Cervántes, confundidos con espátulas y bisturís, lápices y pinceles, mezclándose en este conjunto los tarros de jabones arsenicales, con los tubos de colores. Lo artificial, juntamente con lo natural, las obras del hombre, con las obras de Dios. En la época á que me refiero, concluía el Sr.
Floripond, el poderoso banquero, la fea, la huesuda, la descuidada, la envidiosa Iselda, había escondido, donde no pudiese ser hallado, su caja de lápices de dibujar: por supuesto, la caja no aparecía: «¡Allí todas las niñas tenían dinero para comprar sus cajas! ¡las únicas que no tenían dinero allí eran las tres del Valle!» y las registraban, a las pobrecitas, que se dejaban registrar con la cara llena de lágrimas, y los brazos en cruz, cuando por fortuna la niña de otro banquero, menos rico que Mr.
Usted lo acompañará necesariamente. Cuando me retiraba, me volvió a llamar: No tema usted por Luciana; no le diré nada desagradable, aunque retiraré mi cabeza de entre sus manos crueles. Hasta muy pronto, hija mía. En el jardín seguía el señor Lautrec afilando lápices a Luciana, que ya no dibujaba. La de Grevillois, en la ventana, clavaba asiduamente la aguja en el cañamazo.
Yo me he dicho: «¿Por qué mi propio genio no es más que una ruina? ¿Por qué la naturaleza, que yo encontraba tan hermosa, se ha marchitado con el tiempo? ¿Por qué no poseo ya ese poder creador, esa delicadeza exquisita, esa flor de sentimiento que inspiraban mis primeras obras? Ahora mis lápices son fríos, mis telas inanimadas, y mi alma se ha extinguido en los dolores.
Palabra del Dia
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