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A las nueve fui a buscarla a casa de Jacoba. Ya te lo habrá dicho ella. Me pasé allí cerca de dos horas. Y como si el diablo quisiera mortificarnos, la criatura chillaba sin cesar... , , ya todo eso... ¿Y luego? ¡Qué noche! Los chubascos se repetían sin cesar. Las calles estaban perdidas, sobre todo por aquellos barrios extraviados.

Cuando llegó el momento crítico mostró una bravura que rayaba en heroísmo. Luis quería confiarse a un médico: ella se opuso. ¿Para qué? Con la asistencia de Jacoba le bastaba. El confiar tal secreto a otra persona era peligroso.

Y cuando se encontraba a solas con Amalia quejábase de su audacia, le rogaba con palabras fervorosas que fuese más precavida, mientras ella, impasible, gozándose en sus temeridades, sonreía desdeñosamente con su fina sonrisa enigmática. No pudiendo verse sino rara vez en la Granja, Amalia halló medio de hacer más frecuentes las entrevistas confiándose a Jacoba.

Buscó a tientas la puerta del pasadizo y la empujó; mas como tenía cierre de cristales y podían verle desde la calle, se echó a gatas para atravesarlo. En la puerta que comunicaba con la casa estaba Jacoba esperándole.

Pero viéndole dudoso, con los ojos espantados aún, se levantó, teniendo la niña en los brazos, abrió la puerta y cambió algunas palabras con Jacoba que, en efecto, estaba allí. Después de entregarle la criatura y cerrar, volvió de nuevo a sentarse. ¿Cómo eres tan cobarde, di? No es cobardía repuso él ruborizado. Es que estoy siempre sobresaltado... No lo que me pasa... La conciencia quizá...

Amalia no le soltaba hasta que le veía ebrio, intoxicado por la violencia de sus caricias. Jacoba le esperaba en el corredor. Después de conducirle por éste y otros varios hasta la estancia donde se hallaba la escalerita excusada que iba a la biblioteca, le hizo seña de que aguardase y bajó sola para cerciorarse de que no había nadie en los pasillos.