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Actualizado: 15 de julio de 2025
Montifiori era un epicúreo, y por eso, el salón de Fernanda era renombrado por el gusto y por el eximio buen tono que perfumaba todos sus detalles. Acostumbrado a sentarse diariamente en una mesa verdaderamente ática como manifestación culinaria, Montifiori pasaba con razón por un gourmet de estirpe, por un paladar maestro para catar una becasa au madère, servida sobre un plato de Saxe.
Todos los que quedaban en el salón se reunieron a su alrededor y se dispusieron a escuchar. El duque de La Tour de Embleuse se colocó tranquilamente al lado de la chimenea sin sospechar que asistía al asesinato de su hija. Las gentes de mundo tienen una curiosidad de gourmet y los pequeños misterios del crimen son un plato de exquisito gusto para los espíritus estragados.
Villamelón, sin embargo, había realizado su ensueño; porque su esposa prolongó su estirpe añadiéndole una niña y un niño, y la renta de él, que, según su frase, daba para comer, se unió a la de ella, que daba a su vez para cenar; para comer y cenar, se entiende, con todas las opíparas reglas del arte, porque Villamelón honró siempre su precocidad dentífrica y el trinchante de oro macizo, regalo de su augusto padrino, siendo glotón a la vez que gastrónomo, gourmand a la vez que gourmet; un tonel sin fondo en cuanto a la cantidad de lo que bebía y engullía, y un inteligente Brillat-Savarin en cuanto a la calidad y modo de lo que engullía, sordo siempre a los clamores de la indigestión, que de cuando en cuando se encargaba de predicar moral a su estómago.
Es muy buscado y está convidado a las mejores mesas, así por su divertida conversación, como por su extraordinaria fama de hondo conocedor y perito en todas las artes del deleite. El Barón pasa por el gourmet más delicado que hoy vive, paladea y olfatea en Francia.
Palabra del Dia
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