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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Ayúdame, Gabrielillo decía el sacerdote con expresión angustiosa . Si no pones orden, esto acabará muy mal. Se me burlan, hasta insultan a mi pobre sobrina, y un día echaré a la calle la mitad de la gente de las Claverías, pues tengo facultades de Su Eminencia para todo... ¡Ay, Señor! Yo no qué ha pasado aquí.

La marea ha llegado a su mayor altura y no pasará de ahí. Mientras en este país tenga miedo la gente a decir lo que piensa, y se escandalice ante una idea nueva, y tiemble por lo que dirá el vecino, ríanse de las revoluciones, pues por muchas que estallen no les llegará a ustedes el agua a la boca. Don Antolín reía escuchando esto. Pero hombre, Gabrielillo, debes de estar loco.

Pues yo te digo, Gabrielillo, que me confieso contigo, y que te voy a decir mis pecados, y cuenta con que Dios me está oyendo detrás de ti, y que me va a perdonar».

Tal vez no me hubiera fijado en esta circunstancia, si habiendo salido de la cámara, impulsado por mi curiosidad, no sintiera una voz que con acento terrible me dijo: «¡Gabrielillo, aquíMarcial me llamaba: acudí prontamente, y le hallé empeñado en servir uno de los cañones que habían quedado sin gente.

El anciano estaba herido de poca gravedad, y aunque una bala le había llevado el pie derecho, como este no era otra cosa que la extremidad de la pierna de palo, el cuerpo de Marcial sólo estaba con tal percance un poco más cojo. «Toma, Gabrielillo me dijo, llenándome el seno de galletas : barco sin lastre no navega». En seguida empinó una botella y bebió con delicia.

Palabra del Dia

ancona

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