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Actualizado: 25 de junio de 2025
Hubiera preferido para aquella empresa un cielo en que sólo brillasen las constelaciones hablando al espíritu de los muertos tutelares, del amor, del glorioso destino. La luna era trágica, espectral, agorera. Su resplandor hacía pensar en mortajas errantes, en animales endemoniados, en fantasmas de monjes que celebraban los oficios entre las ruinas de los conventos demolidos.
Si la vida de los mares tiene algún ensueño, un ahinco, un deseo confuso, es el de la fijeza. El medio violento, tiránico, del tiburón, sus acerados asideros, ese arpeo sobre la hembra, la furia de su unión, dan idea de un amor de endemoniados.
23 Y rodeó Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda flaqueza en el pueblo. 24 Y corría su fama por toda Siria; y le traían todos los que tenían mal; los tomados de diversas enfermedades y tormentos, y los endemoniados, y lunáticos, y paralíticos, y los sanaba.
Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos.
El exorcismo, que había hecho víctimas a millares de millares, quemando herejes, embrujados y endemoniados, histéricos, locos y sabios, no pudo sostenerse ante la inteligencia humana llegada a más, y cayó el primero, definitivamente, en la aurora del siglo XIX.
Ni es menester ir tan lejos; a los ojos tuvimos la diferencia, aun de los menos advertidos, reparable entre los reducidos y los pertinaces. Estos iban formidable el semblante; horrorosos, inquietos, perturbados y vomitando furias los ojos y en todo su aspecto tan endemoniados que al pasar se oía por las calles frecuentemente: JESUS; qué cara de condenado!
Nada mas curioso que el espectáculo de las plazuelas y callejuelas de Toledo, durante la procesion del juéves santo. Aunque naturalmente se escogen para el paso del Cristo y de la Vírgen las calles ménos imposibles, el acompañamiento eclesiástico y popular tiene que pasar por las mas grandes crujidas para hallar salida por aquellos pendientes y endemoniados pasadizos al aire libre.
Palabra del Dia
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