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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Pero nuestra valiente española, curada de melindres, no pestañeó siquiera: con el mismo paso menudo y vacilante de quien pisa pocas veces el polvo de la calle, continuó su carrera triunfal. Porque lo era a no dudarlo. Nadie podía mirarla sin sentirse poseído de admiración, más aún que por su lujoso arreo, por la belleza severa de su rostro y la gallardía de la figura.
Miguel no esperaba tan buena acogida, y quedó un poco cortado; inmediatamente se repuso, y comprendiendo que la generala estaba curada de espantos, se enfrascó en una conversación libre y desvergonzada.
Se restregó los ojos y se preguntó por un instante si veía a le Tas o a su sombra; pero las sombras no abultan tanto. Le Tas le advirtió y le hizo señas. Precisamente estaba buscándole. ¡Qué tal! le dijo . ¿Cómo va eso, guapo enfermero? Ha cuidado usted muy bien a su ama y ya está curada. ¡Poca suerte! respondió él con un gran suspiro.
No quedó bien curada por haberla quizá descuidado o por no haberse atrevido el médico a aplicarle ciertos remedios un poco crueles. Quedóle un catarro pulmonar que la debilitó bastante. Por consejo del médico fué a Panticosa en compañía de Raimundo, quedando Aurelia en casa de unos parientes. Se repuso un poco, pero fué para recaer pocos días después de llegar a Madrid.
Palabra del Dia
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