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Actualizado: 2 de junio de 2025
Comenzaba a dudar de su amante, de su buena estrella, de todo, en fin. Hacia las tres de la tarde comenzaron a desfilar las visitas. Hubo de sonreír a todos los pares de patillas que se acercaron a ella, extasiarse ante cuarenta cajas de bombones salidas todas de la misma tienda.
Se hizo llevar a una lujosa confitería del barrio, compró una cajita de madera de violeta, la hizo llenar de bombones, volvió a subir al coche, que se detuvo bien pronto delante de la casa de la señora Chermidy. La bella arlesiana era propietaria del edificio, aunque no ocupaba más que el primer piso.
El juego, aunque poco digno de un futuro ministro, parecióle a Jacobo muy divertido y mandó encargar al punto para el día siguiente, en la Mahonesa, un par de arrobas de confetti, especie de bombones rellenos de harina con que se apedrean las máscaras en el corso de Roma.
La señora Chermidy dejaba su coche a cierta distancia e iba a pie hasta el del conde; besaba al niño a hurtadillas, le daba bombones y le decía con una ternura sincera: «¡Mi pobre perrito, nunca serás mío!» No hubiera sido prudente llevarlo a su casa aun cuando la condesa viuda lo permitiese. La señora Chermidy sabía salvar las apariencias.
Con femenina impertinencia, Coca le repuso: Los jóvenes de buen gusto no me han de querer a mí, pobre y rústica campesina... Después de comer, Coca ofreció bombones al estanciero, en su rica caja de porcelana de Saxe, resto de los antiguos lujos de la casa. ¡Hermosa bombonera! observó Vázquez, admirándola.
Palabra del Dia
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