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Actualizado: 15 de junio de 2025
Supongo que una visita no ha de ser eterna, y que alguien ha de dar ejemplo en lo de tomar el camino de la puerta, y que no hay ofensa a Dios ni al prójimo en llamarse Estatira. En cada noche recibía la llorona una peseta columnaria y un bollo de chocolate. Y no se olvide que la ganga duraba un mes cabal.
En la calle de Montmartre, cerca de la calle Feydeau, hácia el bulevar de los Italianos, hay una bollería. Pues bien, en esa bollería me han dado cuatro mercis por un bollo que valia un sueldo, ó sea tres ochavos. ¡Cuatro gracias por tres ochavos! ¡Ni á ochavo por gracia! Esto me aflige, me contrista, me ahoga; y como no puede menos de ser, me quita el gusto del trato social.
Y no se vaya á creer que este agujero del bolsón patrimonial apenaba al solariego; nada de eso. Seturas pleiteaba con la desdeñosa tenacidad de todo buen montañés, para quien nada supone el bollo cuando se trata del coscorrón; lo propio hizo su padre, muerto gloriosamente de un sofocón á la puerta de la Audiencia, por llegar á tiempo á presenciar la quincuagésima-octava vista del proceso.
Pero, como «la roca Tarpeya está muy cerca del Capitolio», como dice, un número sí y otro no, cierto periódico de mi pueblo titulado El Centinela del Bollo, estaba de Dios que no había de gozar muchas horas de la dicha con que amor y gloria me inundaban.
Palabra del Dia
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