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Y de este modo iban intercalando en el continuo ¡haup, haup! toda clase de interjecciones amenazantes, de monstruosos juramentos que hacían encabritarse al barrenador como si recibiese un latigazo, para caer de nuevo en el desaliento. Faltaban pocos minutos para terminarla apuesta. El Chiquito estaba en la mitad de un agujero y aún le faltaba abrir otro.
Cada cual se alejaba, después de desahogar su cólera, con la precipitación loca de la fuga, sin preocuparse de los compañeros, sin acordarse de invitar al doctor, con el egoísmo de la derrota que borra toda amistad. El infeliz barrenador, al verse solo con Aresti rompió á llorar. ¡Don Luis! ¡Don Luis!...
Los de Gallarta, en cambio, no sabían quién era aquel contendiente desconocido. Cuando la gente de Azpeitia iniciaba el reto, estaba segura indudablemente de la superioridad de su barrenador. Aquello parecía una encerrona: había que ser prudentes.
La espera interminable embotaba los sentidos, dificultando toda emoción. Por esto no hubo gritos de triunfo ni exclamaciones de protesta, cuando comenzó á iniciarse la ventaja del barrenador lento é incansable, sobre el Chiquito que hacía temblar la piedra bajo el rayo de su palanca. Aresti presentía este suceso desde mucho antes.
Palabra del Dia
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