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Más claro: los secretos vuelven a serlo por la mentira armada entre todos los reveladores. De manera, pues, que cuanto más se divulga un secreto mayores son las probabilidades de que sea guardado. Cuanto más se propala más se conserva, porque al fin queda sepultado bajo la balumba de agregados embusteros. Y así, en suma, el mayor secreto es el secreto a voces.

Figúrense ustedes un ser enteramente parecido a una persona; algo más encorvado hacia el suelo que el género humano, merced, sin duda, al hábito de vivir inclinado sobre el bufete: mitad sillón, mitad hombre; entrecejo arrugado; la voz más hueca y campanuda que las de las personas; las manos mijt y mijt, como dicen los chuferos y valencianos, de tinta y tabaco; gran autoridad en el decir; mesurado compás de frases; vista insultantemente curiosa, y que oculta a su interlocutor por una rendija que le dejan libres los párpados fruncidos y casi cerrados, que es manera de mirar sumamente importante y como de quien tiene graves cuidados; los anteojos encaramados a la frente; calva, hija de la fuerza del talento, y gran balumba de papeles revueltos y libros confundidos, que bastarán a dar una muestra de lo coordinadas que podía tener en la cabeza sus ideas; una caja de rapé y una petaca: los demás vicios no se veían.

Las tiendas estaban establecidas en casuchas de madera vieja, pero su inmensa balumba de objetos, no encontrando espacio en tales estrecheces, esparcíase por los callejones y plazoletas del corralón.

Y es que la palabra de Descartes despertó el genio filosófico adormecido en el jóven bajo la balumba de las lenguas y de la historia: sintióse otro, conoció que él era capaz de comprender aquellas altas doctrinas, y como el poeta al leer á otro poeta, exclamó: «tambien yo soy filósofoUna cosa semejante le sucedió á Lafontaine.

Para seguir el carruaje de su amante entre la balumba de ellos en los paseos del Retiro y la Castellana compró un bonito caballo, después de dar previamente algunas lecciones de equitación.

Puestos en marcha todos, bien corrida ya la media mañana, delante el espolique llevando del ramal la cabalgadura que apenas se veía debajo de la balumba de mis maletas y envoltorios, sin salir del casco de la villa atravesamos por un puente viejo el Ebro recién nacido; y a bien corto trecho de allí y después de bajar un breve recuesto, que era por aquel lado como el suburbio de la población que dejábamos a la espalda, vímonos en campo libre, si libre puede llamarse lo que está circuido de barreras.

Pocas veces se les imprime también el tono verdaderamente dramático, predominando de ordinario el épico ó el lírico, ó ahogado y confundido con la balumba de ampulosa fraseología.