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Actualizado: 9 de junio de 2025
Eran sus tertulios asiduos algunos pollastres nuevos, varios gallos conocidos y un número bastante mayor de lindas y feas damiselas que acudían a la casa sedientas de marido. Porque la Niña, en esto como en todo, mantenía religiosamente las tradiciones legadas por su hermana. Era la protectora decidida de todos los noviazgos que se iniciaban en Lancia, por desatinados que fuesen.
El profeta filósofo, sustentador de las teorías que aquí se ponen en resumen, se hizo pronto uno de los más asiduos tertulianos de la señora de Figueredo. Apenas tendría él treinta y cinco años. A pesar de su odio a España, tenía más apariencias de español que de indio. Parecía un andaluz moreno, esbelto y gracioso, con un no sé qué de extraño que le diferenciaba y distinguía.
Pensaba en Hércules vestido de mujer, hilando su rueca. El amor á la familia le había hecho renunciar á su vida de varón poderoso. Sólo el trato de su esposa, que le rodeaba de asiduos cuidados, como si quisiera compensarse con esto de las largas separaciones, le hizo llevadera la situación.
La viuda, señora respetable de cincuenta noviembres, tal vez había amado y se había dejado amar por uno de aquellos asiduos tertulios, un D. Críspulo Crespo, relator, funcionario probo y activo e inteligente, de muy mal genio; sí, se habían amado, aunque sin ofensa mayor de Cascos; y en opinión de los amigos, seguían amándose; pero todos respetaban aquella pasión recóndita e inveterada; rara vez se aludía a ella, y se la tenía por único recuerdo vivo de tiempos mejores; y el respeto a tal documento póstumo del muerto romanticismo se mostraba tan sólo en dejar invariablemente un puesto privilegiado, dentro del mostrador, para D. Críspulo.
Palabra del Dia
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