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Hallé al pobre señor incorporado en la cama, de color de lirio, con la mirada de angustia, la boca entreabierta, la respiración anhelosa y difícil, y un estertor en el pecho que parecía el de la muerte.

Su palabra era firme, aunque un poco anhelosa y entrecortada. Elena se inclinaba más y más hacia él, para no perder nada de su despedida suprema, y sus lágrimas caían en las pobres manos paralizadas del enfermo, que ya no podían estrechar las suyas.

Todo esto nos lo iba diciendo poco a poco, mientras clavaba en nosotros su vista cristalizada y anhelosa y hundía sus manos cadavéricas en una palangana llena de agua muy caliente, aprovechando el alivio que iban produciéndole éste y otros remedios heroicos que le aplicábamos sin cesar.

¡Pronto aprendí lo poco del oficio que tenía que aprender, y libre y despreocupado pude entregarme a la investigación paciente y minuciosa de todo lo que me rodeaba, a la observación metódica y tranquila de todo lo que veía y oía, y cuánta conquista pude hacer para mi alma anhelosa de conocer, y sedienta de vivir!

Hermoso fue tu primer día, ¡oh, siglo! Procura que sea lo mismo el último. Ya avanzada la noche, corrió un rumor por las tribunas. Los regentes iban a jurar, obligados a ello por las Cortes. Era aquello el primer golpe de orgullo de la recién nacida soberanía, anhelosa de que se le hincaran delante los que se conceptuaban reflejo del mismo Rey.

Su voz estaba cambiada y su respiración era anhelosa. ¿Por qué niega usted? La vieron a usted entrar. ¿Quién me vio? ¿Quién se atreve a decir eso? La de Jansien... Iba a ver a su abogado, Lehoux, que vive en la misma casa que Lautrec, y ha visto a usted, a usted, Luciana, entrar en casa de ese hombre, donde era usted, sin duda, esperada, puesto que allí se quedó.

Bringas no respiraba mientras su mano trémula rompía el sobre y desdoblaba el papel. Rosalía aguardaba también con anhelosa curiosidad... ¡Ocho mil reales! Leyendo esta suma Bringas se quedó perplejo, vacilante entre la alegría y la pena, pues si la cantidad le parecía excesiva, por otra parte, sus temores de que fuera disparatadamente grande, se calmaban ante la cifra verdadera.