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Actualizado: 20 de junio de 2025
Decirme habéis, señora, exclamó Cervantes con la voz trémula, en qué puedo yo ampararos y serviros; que bien creo, a lo que parece, que niña y pobre, sola y sin amparo en el mundo os habéis quedado.
Responder quiso doña Guiomar, pero desfalleció la voz en su garganta; sus ojos se posaron, exhalando un dulce fuego, en el venturoso amante; suspiró luego tan hondamente como si el suspiro hubiera salido de lo recóndito de sus entrañas, y dijo: Pues que Miguel de Cervantes sois, y antes de conoceros yo había conocido en vuestros versos vuestra alma, y estimádola había por ellos, quiero contaros mi historia, y por ella veréis claramente cómo, habiendo sido casada y con buen marido, amor no conocí, ni conozco, como no sea amor esto que me tiene hablando con vos y a deshora en mi aposento; que para ampararos en el aprieto en que os veis, no era menester que yo os hiciese compañía; y amor debe ser este, porque habéis de saber que no sabía yo que hubiese cosa que vencer pudiese la fuerza de mi recato, y a él falto hablando con vos a solas, y a tal hora; y si esto no es amor, no sé lo que ello sea; amor es, ¿quién lo duda, cuando ocultarlo no puedo, y si os lo niego más os lo afirmo, y vencida y enamorada os lo confieso?
No ha de decirse, exclamó Cervantes, que habiéndoos yo en un tan duro trance hallado, sola y huérfana quedáis en el mundo; en mí tenéis un hermano, señora, y muy recia cosa será, que siendo yo quien soy, y con el aliento que Dios ha querido darme, no encuentre modo, si no de consolaros, de ampararos al menos; y asíos bien a mi brazo y teneos firme, que a, vuestra casa vamos.
Palabra del Dia
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