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Allí se fueron, pues; y aunque también en San Andrés había Caporalas y Eliseos, con distintos nombres, por ser estos caracteres como fruto natural de la vida en todo grupo o familia de la sociedad humana, no parecían tan despóticos y altaneros como en la otra parroquia.

Casi todos aquellos hombres eran enjutos. La ambición o la penitencia, ayudadas a menudo por tercianas prolijas y rebeldes, desgrasaban las carnes y labraban ictéricos surcos en los rostros. Rostros a la vez altaneros y tristes, do el brío solía disimular terrores y la constante aspiración hacia Dios iluminaba en lo alto las visionarias pupilas.

¡Oh! ¡Si yo estuviera en su lugar me decía con frecuencia rechinando los dientes, cuando Marta se lamentaba y me pintaba todo lo que tenía que sufrir en sus relaciones, cómo les mostraría la puerta a esos lonjistas fríos y altaneros; cómo los haría arrastrarse a mis pies, en el polvo, domados con el látigo de mis sarcasmos y de mi desdén! Pero también tomaba parte en sus pequeños goces.

Era sobre todo una amiga lo que ella necesitaba; por eso estamos todos muy agradecidos de que haga usted de esta querida niña una mujer cumplida. Esta opinión halagüeña salida de los altaneros labios de la condesa era preciosa porque la dama no las prodigaba; pero apreciaba a la institutriz en su justo valor y no temía decírselo.

Cuanto más pequeño el gallo mayores suelen ser los espolones, repuso con fuerte voz Captal de Buch. Si no se los corta quien puede hacerlo, dijo el señor de Abercombe. Á osados y altaneros nos ganáis vosotros los ingleses, contestó el capitán Roberto Briquet. Pero gascón soy, y vos, Abercombe, me daréis cuenta de esas palabras. Cuando gustéis, dijo el otro volviéndole la espalda.