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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Pero ¿qué pasa? repitió don Víctor en voz baja en el primer descanso. ¿Viene usted de caza? contestó el otro con voz débil. Sí, señor, con Crespo; ¿pero qué sucede? Hace tanto tiempo... y a estas horas.... Al despacho, al despacho.... No hay que alarmarse... al despacho.... Anselmo alumbraba por los pasillos del caserón a su amo a quien seguía el Magistral. «No pregunta por Ana» pensó De Pas.
Al hacer la corte a la madre evitaba el comprometer a la hija y su causa no perdía, al contrario, por ser defendida por un tercero. Con su imprudencia ordinaria, la buena señora no cesaba de hablar de «aquel buen don Raúl», y era imposible a la conciencia más timorata alarmarse lo más mínimo por sus asiduidades.
No sé si el lector habrá comprendido bien todo cuanto llevo dicho, o si yo no habré sabido explicarme, para llegar a conocer el fondo del carácter de Luz; pero seguro estoy de que, por muy mal que me haya salido la tarea, se puede sacar de ella todo lo que se necesita para convenir conmigo en que la marquesa de Montálvez no tenía motivos para alarmarse al presentar en el mundo a su hija, hecha una mujer, por el lado de sus pensamientos y naturales inclinaciones.
Á pesar de sus muchos dones naturales y vastos conocimientos, había en el aspecto de este joven ministro algo que denotaba una persona asustadiza, tímida, fácil de alarmarse, como si fuera un sér que se sintiese completamente extraviado en el camino de la vida humana y sin saber qué rumbo tomar, sintiéndose tranquilo y satisfecho tan sólo en un lugar apartado, escogido por él mismo.
¿Lo intentaría yo si no lo estuviera, Nieves? Y dígame usted a mí: ¿no se incomodará don Alejandro conmigo cuando sepa que sin su permiso he consentido en hacer eso que tan poco le gusta a él? No, señor, con tal de que estemos de vuelta antes de que él pueda alarmarse con mi tardanza. Eso corre de mi cuenta.
Palabra del Dia
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