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Actualizado: 27 de junio de 2025
Añadió que, obedeciendo a sus órdenes, había hecho parar la diligencia de Sacramento y ajustado asiento para ambas, hasta San Francisco. La verdad es que el testimonio de Ah-Fe no era de ningún valor legal; sin embargo, nadie le puso tacha alguna. Incluso los que más dudaban de la veracidad pagana, reconocieron en este caso la más desinteresada indiferencia por parte del chino.
No obstante, tengo la firme creencia de que este abuso de confianza encontró cumplido castigo en las dificultades que acompañaron la peregrinación de Ah-Fe. Al dirigirse a Sacramento, fue por dos veces arrojado de la vaca de la diligencia abajo, por un caucasiano civilizado, pero borracho a más no poder, a quien la compañía de un fumador de opio hería en lo más vivo su dignidad.
Galba lo mandó a todos los diablos. Ah-Fe lo contempló plácidamente y retirose decidido a poner en práctica su propósito. Con todo, antes de marcharse de Fiddletown, encontrose por casualidad al coronel Roberto y se le escaparon algunas frases incoherentes que interesaron al militar. Cuando hubo terminado, el coronel le entregó una carta y una pesada moneda de oro.
Precedida la casa en cuestión de un mezquino plantío de arbustos, con su terraza al frente, tenía por encima de ésta un feo balcón que quizá no había sido utilizado en la vida. Ah-Fe tiró de la campanilla; apareció una criada; echó una mirada a su cesto y lo admitió con repugnancia como si fuera un animal doméstico, molesto pero imprescindible.
Palabra del Dia
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