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El cabildo concedió á las casas de los señores de Alcaudete, de Aguilar, de Lucena y de Guadalcázar, del apellido de Córdoba, y á los descendientes de este glorioso tronco, la honrosa distincion del doble de la cepa, que consiste en hacer por ellos el doble ó toque de campanas con la principal de la torre, á la cual acompañan otras tres.

Esta escena conmovió igualmente a los dos caballeros, e inflamados por el mismo sentimiento. ¡Aliatar, es Vd. libre! exclamó D. Pedro Gómez de Aguilar. ¡, libre! añadió el Conde de Cabra. 90 Como seguían los caminos intransitables el moro tenía que aceptar la hospitalidad que le ofrecieron para aquella noche. Al llegar a un cuarto de legua de la ciudad, tenían que pasar un río.

D. Alonso de Aguilar se habia hecho tan dueño de Córdoba, que echó fuera al corregidor y ministros del rey, y usurpando la jurisdiccion antigua de alcalde mayor, prendia y desterraba, cargaba pechos á eclesiásticos y seculares, y no habia quien pudiese contenerle.

Nuño llevó a Montilla, y entregó recatada y secretamente al hermano menor de D. Alonso de Aguilar, una extensa carta, escrita por doña Mencía, y que decía de esta suerte: VII

Fué esto muy sensible á D. Alonso de Aguilar, y estimulado de la emulacion, ó del enojo que al granadino tenia desde que en 1470 habia concedido al mariscal el seguro de Granada para el desafío pendiente entre ambos, le salteó el reino talándole los campos y haciéndole cuanto daño pudo.

¿Cómo podían sospecharse en la clase sus pasadas tribulaciones domésticas?... ¡Ah, !... ¡Ya lo recordaba!... Habiéndole visto un domingo el alumno Mario Aguilar de paseo con su hija, díjole zumbonamente el lunes, cuando iba a dictar su curso: ¡Lo felicitamos, monsieur Jaccotot!... Ya lo vimos ayer paseando con una linda rubia...

Martin Alfon que estaba en la misma parcialidad, confederacion y adversidad que su ilustrísima contra el citado Aguilar y consortes; y aunque decia que habia seguido los dichos procesos á peticion del cabildo, no era así, ni pasó tal cosa.

La poesía dramática había llegado entonces en Valencia á grande altura por los esfuerzos de los eminentes poetas Cristóbal de Virués, Francisco Tárrega, Gaspar Aguilar y Guillén de Castro, y ofrecía sobrados alicientes á Lope para ceder á su inclinación á cultivarla.

D. Alonso de Aguilar dió muerte por su mano al herrero y tuvo que refugiarse con muchos conversos en el alcázar viejo, guareciéndose allí contra el furor de la plebe.

En efecto, pronto empezaron los árabes a buscar a su jefe y al prisionero. Algunos se dirigían al escondite. Los momentos eran supremos. Nunca había estado Gómez de Aguilar en peligro tan inminente 55 de su vida. Aquellos hombres no le habrían dado cuartel. Volvió sus ojos a Aliatar.