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Los españoles, ó para que la voz sea más comprensiva, sin anfibología, los iberos, solemos ser muy biliosos y con frecuencia murmuramos de los propios más que de los extraños. El Sr. García Pérez inserta en su libro unas quintillas tremendas de Pinheiro da Veiga, por donde ya se puede comprender el tono y carácter maleantes y desvergonzados de la prosa.

Un violinista sin albergue fué a operar a un tendero gallego, y entró en su almacén tocando la alborada de Veiga... ¡Y luego dicen que la música domestica a los animales! El pobre músico tuvo que terminar su melodía y la noche en un banco de Recoletos. Para pedir dinero es preciso ser un psicólogo sutil. ¡Nadie lo da generosamente!

Aunque el autor, que se llamaba Tomé Pinheiro da Veiga, natural de Coimbra, logró el empleo que pretendía, no parece que salió muy prendado de Valladolid, ni bastante agradecido, para no decir mil horrores de todo. Su relación, no obstante, debe ser animado retrato de la alta sociedad española de entonces. A ser el retrato fiel, dicha alta sociedad quedaría muy malparada.

Si damos crédito á las quintillas, no había en Valladolid, en 1605, señora que no fuese una perdida, ni galán que no fuese un tunante. En el Catálogo hay para todos los gustos. Si Pinheiro da Veiga es todo sal y pimienta, ó, si se quiere, hiel y vinagre, otro autor y poeta, llamado Simón García del Brito, es todo almíbar en punto de caramelo.