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Actualizado: 10 de julio de 2025
No puedo habituarme a designar con la misma voz a un uruguayo o a un colombiano, que a un alemán o a un ruso. En el corte moral somos iguales, como en el tipo físico, en las maneras, en el calor de los cariños, en la rapidez del entusiasmo, y ¿lo diré?, en la ligereza con que nos formamos opinión sobre las cosas y sobre los hombres.
Entonces el Uruguay fué declarado parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y el 18 de mayo de 1811, el general uruguayo José Artigas derrotó completamente al ejército español.
Aquél es un gran país, más pequeño que la Argentina, pero rico, muy rico. ¡Lástima que sea la tierra de las revoluciones!... El uruguayo es bueno, caballeresco, aficionado a las cosas de pensamiento, pero demasiado valiente, demasiado guapo, convencido de que falta a su deber cuando se mantiene unos cuantos años sin salir al campo a matarse.
Así Minerva ahuyenta a las Furias y devuelve a Orestes la paz del alma, y así Prometeo es libertado y salvado por el hijo mismo del dios que tan horriblemente le castigaba. Hace ya tiempo que escribí un artículo dando cuenta al público español de las novelitas llamadas Academias, que ha escrito el literato uruguayo D. Carlos Reyles.
Antes bien, me inclino a maravillarme más por lo mismo que son menos reflexivos y artificiosos, y más inspirados y espontáneos, de los himnos de Rig Weda que de las odas de Víctor Hugo, y del Prometeo de Esquilo que de Hernani o de Lucrecia Borgia. Traigo a cuento todo lo que va dicho, con ocasión de las Academias del Sr. D. Carlos Reyles, notable escritor uruguayo.
Palabra del Dia
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