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Actualizado: 28 de junio de 2025
Las mulillas estaban en la plaza: una trinca para recoger los caballos muertos, otra para llevarse a rastras el cadáver del toro. Carmen vio venir por debajo de las arcadas a su cuñado. Aún estaba trémulo de entusiasmo por lo que había visto. Juan... ¡colosal! Está esta tarde como nunca. No tengas mieo. ¡Si ese chico se come los toros vivos!
Ya te he dicho que tienes tú la culpa desde un principio; en cuanto la veías ceñir un poco, arriabas en banda.... ¿Y qué había de hacer yo si me paecía una santa de Dios? ¿Qué habías de hacer? ¡Tiña!; lo que yo te decía siempre: «Caza firme y trinca bien; viento duro por la popa, y hala por avante.» ¡Pero si no tiene ya un hueso en el cuerpo que no le haiga yo carenao á golpes!
En una de las mesas próximas había un grupo de individuos que tenían facha de matuteros o cosa tal. A la derecha veíanse dos cursis acompañadas de una buscona y obsequiadas por un señor que les decía mil tonterías empalagosas; enfrente una trinca en que se disputaba acerca de Lagartijo y Frascuelo, con voces destempladas y manotazos.
Pero llegó la ocasión aquélla antes descrita, el coloquio con la tía Roma y con D. José, el grito de Valentín, y he aquí que al judío le da como una corazonada, se le enciende en la mollera fuego de inspiración, trinca el sombrero y se va derecho en busca de su desdichado cliente.
Palabra del Dia
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