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Actualizado: 18 de julio de 2025
Iba a amanecer, y la indecisa luz de la madrugada alumbraba aquel cuadro de muerte, cuando de súbito se apareció en lo alto de una pequeña colina cercana un sacerdote, vestido de negro, que hacía señas y que se acercaba al grupo apresuradamente. Seguíanle este mismo señor alcalde, que entonces lo era también, y un gran grupo de vecinos.
Seguíanle seis ballesteros, con jubones de paño buriel, cintos de baqueta, capacetes sin plumas y á la espalda ballesta y saetas. Bajaron la cuesta, cruzaron el vado y en pocos momentos llegaron al lugar de la lucha. ¡Aquí está uno de ellos! exclamó el jefe, echando pie á tierra y sacudiendo al bandido por el cuello.
Seguíanle los once de tal suerte, Que juntos se metieron, y mezclaron En medio el enemigo, dando muerte A todos cuantos indios encontraron. Rompieron una esquadra grande y fuerte, En que de setecientos se pasaron; Salieron de otra banda cien flecheros Con ánimo gallardo muy lejeros.
Sólo iba al lado del siervo de Dios un joven fervorosísimo, deseoso de dar la vida en testimonio de la fe, que pocos meses antes había abrazado. Seguíanle otros cuatro, uno de los cuales llevaba en alto la imagen de la Madre de Dios. Procuró el apostólico Padre sosegar con su angelical rostro y afables y corteses palabras aquellas furias del infierno.
Palabra del Dia
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