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La mujer, pues, á quien ambos conocemos y por la que he procurado tenerte en mis manos, por la que he penetrado aquí, en este lugar que creías tan seguro, y he abierto valiéndome de mis artes, artes acaso del diablo, esos secreteres, y me he apoderado de esas cartas, obteniendo con ellas armas bastante fuertes para rendirte, para hacerte mi esclavo; la mujer, pues, que á tal punto nos ha traído á los dos, no es la reina, aunque muchas veces represente reinas.

Atravesó después un largo corredor, abrió otras dos puertas, y se encontró al fin en un pequeño aposento, en el cual había únicamente una gran mesa cubierta de papeles y legajos en el testero de la mesa, un sillón de terciopelo carmesí, con las armas del duque bordadas; detrás, en la pared, un retrato de cuerpo entero del rey; á los dos lados, contra la pared, dos secreteres de ébano incrustados de plata, nácar y concha, y delante de la mesa, un sillón más modesto, destinado sin duda á un secretario; una magnífica alfombra y algunos excelentes cuadros, completaban el aspecto de aquel aposento, que era el camarín reservado de despacho del secretario universal del rey.

Sin duda me crees brujo, ¿no es verdad? porque guardas como un tesoro las llaves de este camarín, donde escondes todos tus secretos en los secretos de esos secreteres, y sabes que nadie puede entrar aquí si no le das las llaves de esas tres puertas; y esas tres llaves no se separan de ti desde hace trece años: desde que eres favorito del rey más desfavorecido de ingenio que ha criado Dios para ejemplo de reyes imbéciles y torpes.