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Actualizado: 24 de mayo de 2025
«Esto no es infidelidad pensaba Bonis , esto es un 'sálvese el que pueda'». Su conciencia de amante, la falsa conciencia del romántico apasionado por principios, le acusaba, le decía que los recientes vapores de la orgía le prestaban un fuego que no era fingido; fuese resto de borrachera, agradecimiento, nostalgia de la luna de miel o lo que fuese, ello era que aquel panteísta de la hora de los brindis no sentía repugnancia ni mucho menos al cumplir aquella noche sus más rudimentarios deberes de esposo; a la sorpresa que le causó la extraña actitud de Emma, sucedieron pronto muchas sorpresas de un orden inenarrable, llámese así, sorpresas que le enseñaron allá entre sueños, que el que más cree saber no sabe nada, que las apariencias engañan, que la aprensión hace ver lo que no hay, y viceversa; en fin, ello era que, o los dedos se le antojaban huéspedes, o veía visiones, o su mujer no estaba tan en los últimos como ella decía, ni las gallinas y chuletas que juraba no digerir, ni los vinos exquisitos que aseguraba ella que la envenenaban, dejaban de surtir sus efectos en aquella «naturaleza»; que las unturas y el algodón en rama habían producido una... palingenesia.... algo así como una vegetación de la oscuridad, pálida, pero no mezquina.
En aquel momento, un hombre fornido, de piernas largas como las de una garza real, y cargado de espaldas, pasó corriendo por detrás de la pared, gritando: ¡Que vienen!... ¡Sálvese el que pueda! Hullin palideció. Es el amolador del Harberg dijo Juan Claudio, rechinando los dientes. Frantz no dijo nada, y, llevándose la carabina al hombro, apuntó e hizo fuego.
Palabra del Dia
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