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Corrió a dar la noticia: pronto se inundó el paraje de gente. El caso produjo honda impresión. Las mujeres lloraban y se pasaban al tierno infante de mano en mano prodigándole mil cuidados y caricias. Muchas se ofrecían a adoptarlo y hubo disputa sobre quién había de llevárselo. Enteradas las señoras de la villa y conmovidas, quisieron asimismo recoger al huérfano.

La condesa daba un grito y después se echaba á reír mientras él la contemplaba de hito en hito á distancia respetable, un poco asustado de lo que había hecho. Verdad que la condesa le pagaba su afición prodigándole grandes cuidados culinarios y librándole en no pocas ocasiones de la justa cólera de su dueño. Y basta de noticia biográfica.

Pero hacía ya algunos días que, desengañado tal vez, o por ventura para hacerse interesante, se dedicaba a una de las de Enríquez, que, con ser amiga y parienta de la condesita, le había recibido con los brazos abiertos. Entonces observé que ésta procuraba atraérselo de nuevo, prodigándole aquellas sonrisas cándidas y bellas de querubín con que le había enloquecido a él y a otros muchos.

Casi todas sus palabras se dirigían a María, preguntándole y haciéndole repetir infinitas veces los sucesos de la noche anterior, prodigándole elogios desmesurados por su fortaleza y felicitándose de tener una hija tan buena. Hija mía..., pide a Dios por mi salud. Dios no puede... negarte nada.

Se pusieron a cenar, y mi amigo durante la cena y después de ella trató de captarse las simpatías, o por lo menos la benevolencia de la señora, prodigándole muchas atenciones y dirigiéndole a menudo la palabra. Todo fue inútil: la china contestaba con su gruñido acostumbrado, o a todo más, con algún monosílabo que revelaba su mal humor.