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has padecido, has pecado... luego eres mía. Y como en aquel momento entrara su tía trayéndole el chocolate, se fue hacia ella, en pernetas, con intento de abrazarla, diciéndole: También usted ha padecido, también usted ha pecado, querida tía. ¡Pecar yo!... Y es usted de mi tanda. Todo lo que quieras, con tal que te tomes ahora este chocolatito. Lo tomaré, lo tomaré, aunque no tengo apetito.

Isidora contestó con tristeza que su tío el Canónigo no era hombre de muchas liberalidades. Después la Sanguijuelera observó con malicia el rostro y talle de la joven, diciéndole: «Pero estás guapa. Pues no lo parecías... Cuando niña tenías un empaque... Me acuerdo de verte en aquella casa..., ¡qué casa!... Era la jaula del león..., pues andabas por allí en pernetas con un mal faldellín.

Sorprendió a Rufita González en enaguas y en pernetas, huyendo por el pasillo al conocer la voz de los que llamaban, después que su madre les había abierto la puerta. Tuvieron que esperarla un buen rato en la sala, que era pequeñita, como toda la casa desde el portal, y vieja, por supuesto, con puertas acuarteronadas, cerraduras y pestillos enormes, y vidrios muy chiquitines, donde los había.

La tanda empezó por la señora jueza de Cebre. Abrió la puerta la criada en pernetas, que al ver a Nucha bajarse de su cabalgadura y arreglar los volantes del traje con el mango de la sombrilla, echó a correr despavorida hacia el interior de la casa, clamando como si anunciase fuego o ladrones: Señora.... ¡Ay, mi señora! ¡Unos señores...!, ¡hay unos señores aquí!