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Actualizado: 24 de julio de 2025
Las parlerías de doña Alvarez, y además las desnudas estatuas de metal y de mármol, traídas de Italia por don Alonso, habían disipado desde temprano su inocencia. Leocadia, su criada favorita, después de restregarla y besarla los pies repetidas veces, estirábala ahora, sobre las piernas, las ceñidas medias color de bronce, cuya seda reflejó, sobre la escultural perfección, firme trazo de luz.
D. Alvaro de Sande, digo, que yo vine á esta corte á besar las Reales manos de V. M., y por su ausencia he estado aguardando aquí algunos días, en los cuales he entendido que algunas personas, con particulares respectos é invidias, han querido informar á V. M. de cosas que en la jornada de Trípol y fuerte de los Gelves me quieren cargar injustamente y en contrario de la verdad, é aunque estoy cierto que V. M. no habrá dado crédito, ni dará á sus parlerías, todavía he querido dar á V. M. relación por escrito de todo lo que en la dicha jornada pasó, desde el principio hasta el fin, la cual es la siguiente, y suplico á V. M. sea servido verla.
Como no se tocara a la entereza del dogma, don Antonio escuchaba sin enfado las más licenciosas parlerías y aún gustaba de poner en aprieto a los religiosos y de azuzar contra ellos a los chocarreros de la academia. Era harto aficionado a los perfumes y hacíalos componer, según fórmulas exquisitas, por las monjas de Santa Ana.
Ramiro solía quedarse hasta la noche en el último piso del torreón, escuchando los cuentos y parlerías de las mujeres. Allí terminaba la tiesura solariega. Allí se canturriaba y se reía. Allí el aire exterior, en los días templados, entraba libremente por las ventanas, trayendo vago perfume de fogatas campesinas y el sordo rumor de los molinos y batanes en el Adaja.
Palabra del Dia
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