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Actualizado: 7 de junio de 2025
En lechos de hojas estaban alineados y colocados con cierto arte los pimientos y tomates, con sus rubicundeces falsas de productos casi artificiales; los guisantes en sus verdes fundas; todo apetitoso y exótico, pero tan caro, que al oír sus precios retrocedían con asombro los buenos burgueses que por espíritu de economía iban al Mercado con la espuerta bajo la raída capa.
En estos tiempos tan desmoralizados no se puede recomendar a nadie. Otras mañanas iba con esta monserga: «¡Cómo está hoy el mercado de caza! ¡Qué perdices, señora! Divinidades, verdaderas divinidades». No más perdiz. Hoy hemos de ver si Pantaleón tiene buenos cabritos. También quisiera una buena lengua de vaca, cargada, y ver si hay ternera fina.
La planta de la empresa resuelta, pizca más pizca menos, de esta manera, don Lope cuidó de que Muley pudiese estar en libertad al momento preciso, y su confidente y escudero fué para armar a Mercado, alicionar a los criados y tenerlo todo a punto, como experimentado maese de campo.
Siempre es atractiva la vida de la ciudad, y si el viajero pasa una hora de la mañana en el mercado público o en el paseo del suburbio Paraíso, esto le dará una idea íntima del carácter de la gente, y quedará en la memoria como uno de los muchos encantos que le despertarán deseos de volver a visitar el país.
Desde el día en que el médico dijo que el comer bien era ya oportuno, ella, con lágrimas en los ojos, comió cuanto pudo. A no haber oído aquella conversación de las tías, la pobre huérfana no se hubiera atrevido a comer mucho, aunque tuviera apetito, por no aumentar el peso de aquella carga: ella. Pero ya sabía a qué atenerse. Querían engordarla como una vaca que ha de ir al mercado.
La persistente llovizna escarchaba los hábitos y parecía embeber todas las cosas en su tristeza. Algunas mujeres plañían. Más de una hora pasó Ramiro codeandose con el vulgacho. No había sino gente baja, curiosos de la ciudad, mujeres del mercado con los brazos desnudos, muchachos arrabaleros, algunos gañanes de la dehesa, harto morisco, y una que otra ramera de manto amarillo y medias coloradas.
Aunque de ésta como de otras muchas de nuestras CARTILLAS, se han hecho traducciones y reimpresiones que abundan en el mercado á precios sumamente bajos; en nuestro deseo de completar la serie de CARTILLAS, que venimos publicando desde hace muchos años, y de hacer una edición legítima y completa, de una buena traducción castellana, hemos dispuesto llevar á cabo la de ésta obrita, que está ilustrada con mapas y arreglada á los Planes de Estudios de España y de la América española.
Aunque los colores del cuadro de la vida humana que se desplegaba en la plaza del mercado fueran en lo general sombríos, no por eso dejaban de estar animados con diversidad de matices.
Pero tal vez exageramos el aspecto sombrío que indudablemente caracterizaba la manera de ser de aquel tiempo. Las personas que se hallaban en la plaza del mercado de Boston no eran todas herederas del adusto y triste carácter puritano.
Rodrigo Zapata, que entregó el fuerte. Juan de Funes, que capituló. Juan del Águila, idem. Jerónimo de la Cerda. Juan de Gama. Sebastián Poller, inventor de los alambiques. Maestres de campo, Alonso Padilla. Miguel de Barahona. Jerónimo de Piantanigo. Capitanes, Bartolomé González. Adrián García. Pedro Vanegas. Alonso de Guzmán. Pedro Bermúdez. Antonio de Mercado. Gregorio Ruiz. Juan de Vargas.
Palabra del Dia
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