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cipo fúnebre; estela que Natura levanta a la virtud; superno centinela que siempre, siempre vela de mi amada la frígida quietud; mirtácea esplendorosa...! ¡Quién pudiera en tus fibras inyectar la esencia misteriosa del alma congojosa que no ha podido el llanto debelar! Comtemporáneo. Frisaba con los 17 años cuando publicó en Manila su colección de poesías Luzónicas. Es natural de la Pampanga.

Su rostro iluminose por un rayo de esperanza, y añadió, con tono más dulce: Mi anciano tío de Poitiers, en su última enfermedad, se hizo inyectar cien gramos de sangre bretona en la vena cefálica mediana: un antiguo servidor prestose a suministrársela.

Esta bomba la acababan de limpiar los vigorosos siervos, pues había servido durante la noche para inyectar al gigante su dosis de narcótico. Poco después empezaron á salir de la selva rebaños de vacas bien cuidadas, gordas y lustrosas. Parecían enormes junto á los hombrecillos que las guiaban, pero no tenían en realidad para Gillespie mayor tamaño que una rata vieja.

Sobre que tal poesía es parva, "difícil de exponer", según el ilustrado erudito de allá Don Epifanio de los Santos Cristóbal, y con la antinomia de ser sus cultivadores, tanto o más que los autóctonos, misioneros españoles, en rimas "a lo divino", enderezadas a inyectar la fe de Cristo en los corazones isleños. Los poetas son filipinos, pero los versos castellanos.

¡Mirtácea esplendorosa...! ¡Quién pudiera en tu médula inyectar la esencia misteriosa del alma tormentosa que no ha podido el llanto debelar! Tu estrenua arboladura gallarda y rígida se yergue al pie de sacra sepultura que guarda la armadura de la verdad de mi amorosa fe.