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Actualizado: 29 de junio de 2025
Plácido que entre sus amigos tenía fama de filósofo, perdió la paciencia, arrojó el libro, se levantó y se encaró con el catedrático: ¡Bastante; Padre, bastante! V. R. me puede poner las faltas que quiera, pero no tiene derecho á insultarme. Quédese V. R. con su clase, que yo no aguanto más. Y sin más despedida, salió.
Á lo que viene V. es á insultarme. ¿Mato yo acaso á Clara? Lejos de mí el propósito de insultar á V. Sin querer, podría V. acaso matar á Clara, y esto es lo que vengo á evitar. Para ello estoy resuelto á apelar á todos los medios. ¿Me amenaza V.? No amenazo. Declaro mi pensamiento sin rebozo. ¿Y qué me toca hacer, según V., para evitar que Clara muera? Disuadirla de que sea monja.
Aunque no abandonó las formas severas, un tanto agrias, que le caracterizaban, ya no volvió a insultarme. Excusado es decir que le facilité cuanto pude el camino, barriéndoselo cuidadosamente para que mejor se deslizase. Antes de un cuarto de hora se dio como hecho nuestro matrimonio, y discutíamos amigablemente las condiciones en que debía efectuarse.
Querrá usted decir la secuestradora. No tengo noticia de que aquí haya señora alguna. ¡Ah! Viene usted a insultarme a mi misma casa exclamó la ex florista poniéndose en jarras como en la plazuela. No; vengo a arrojarte de ella antes que llegue la policía a hacerlo. ¡No me tutee usted o me pierdo! gritó la Amparo arrebatada de furor, presta a arrojarse sobre su orgullosa enemiga.
Palabra del Dia
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