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Actualizado: 5 de julio de 2025
La disyuntiva era terrible y fácil de entender. La señora dijo que enganchase el boghey para usted tartamudeó el infeliz. ¡Al diablo el boghey! El tordo fue ensillado tan rápidamente como las nerviosas manos del asombrado mozo pudieron manejar las correas y hebillas.
No pensemos en ella hasta la noche. Y nos separamos. Caminaba con soltura haciendo crujir su calzado finísimo, buscando con cuidado los sitios más secos del suelo para no ensuciarse de barro y balanceando su paquete de libros al extremo de una estrecha correa con hebillas como una brida inglesa.
Aquella buena mujer que pared por medio de la Sanguijuelera vivía, tenía por consorte a un rico mercader americano. Modesto Rico tenía un tingladillo de clavos usados, espuelas rotas, hebillas, cerraduras mohosas, jaulas de loros, abolladas alambreras y tinteros de cobre. Era además lañador y lañaba de lo lindo. Ganaba poco, y este poco se lo quitaba su afición a la horchata de cepas.
Todo en él era, sin embargo, elegante y aristocrático, y desde las correas de piel de Rusia con hebillas y asa de plata que sujetaban su exiguo equipaje, hasta la cartera de la misma piel en que había ajustado sus cuentas de realidades y esperanzas, revelaban ese señoril lujo de nimios detalles, propio de las personas nacidas y acostumbradas a vivir siempre en medio de la opulencia.
Y de pronto sonaron unas músicas; se oscureció el camino como por una sombra grata, y refrenaron las mulas el paso, con gran ruido de hebillas y cencerros. De un salto estaba Pedro a la portezuela del carruaje, al lado de Sol, preguntándole a Ana qué se le ofrecía.
Palabra del Dia
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