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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Tras él desaparecieron á carrera tendida guerreros y cortesanos, excepto uno, el barón de Brocas, que haciendo dar un salto á su caballo, levantó el látigo y cruzó con él la cara del pechero, gritándole: ¡Descúbrete, perro! ¡Descúbrete siempre que tu rey se digne mirarte! Y dando rienda al caballo se lanzó en seguimiento de los cazadores. El villano recibió el latigazo sin mover un solo músculo.
Y sin embargo, nunca iba á olvidar su encuentro de un segundo con este soldado que pasaba y se perdía á lo lejos, sin mas tiempo que el necesario para dejar caer cuatro palabras. Despreció á las dos mujeres con su sonrisa irónica. Luego, á Castro, que seguía tremolando su sombrero, le señaló el fondo del vagón, gritándole: ¡Aún queda un sitio!... Y no dijo más. Dijo bastante, Miguel.
Corrí hacia él; le agarré por la solapa des su levita burguesa, gritándole: ¡Líbrame de mis riquezas! ¡Resucita al Mandarín! ¡Devuélveme la paz de la miseria! El, pasó gravemente su paraguas debajo del otro brazo, y respondió con bondad: ¡No puede ser, mi apreciable señor, no puede ser!
Por dos veces quiso interrumpir a su marido, mostrándole una carta que en las manos tenía; mas los gritos y denuestos del sesudo diplomático la atemorizaron y aturdieron, y volvió a guardar silencio. Las escenas de Lauzun, amenazando con el bastón a la duquesa de Montpensier, su esposa, y gritándole: «¡Luisa de Borbón, quítame las botas!», no eran, sin duda, desconocidas a la infeliz señora.
Palabra del Dia
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