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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Cuando pasaron dos o tres horas, la tristeza había crecido lo bastante para quedar señora del campo. A la caída de la tarde vino un suceso imprevisto a cambiar por completo el curso de mis emociones. Cuando regresaba a casa para comer, hallé a Paca esperándome a la puerta para entregarme una carta de Gloria. No quise abrirla delante del emisario, y traté de despedirlo lo más pronto posible.

Detrás de él había un hidalgo, altivo también, joven y buen mozo. Los dos me miraban, los dos me aplaudían... yo me enamoré de los dos. Del uno por vanidad, del otro... por amor, no... yo creía que era por amor... pero hoy me he desengañado. ¡Eran Lerma y Calderón! ¡El amo y el perro! Ellos eran. Después de la función, encontré en mi casa, esperándome, á uno de ellos.

Me parecía ver a mi madre esperándome en la escalera con una espada de fuego... subí temblando... Tardé más de una hora en volver a mi cuarto, porque no andaba, sino que me arrastraba lentamente para no hacer ruido. Al fin, llegando a la alcoba, corrí a tu cama para confesártelo todo y no estabas allí. Figúrate cuál sería mi confusión.

Y esta mañana a las cinco estaba esperándome al pie de la cuesta su gran break, cargado de escopetas, perros y víveres. Henos aquí rodando por la carretera de Arlés, algo seca y árida en esta madrugada de diciembre, en que apenas se distingue el pálido verdor de los olivos y el verde intenso de las encinas, demasiado de invernadero y como ficticio.

El espolique me sacaba, como siempre, una buena delantera; y cuando llegué a lo alto, encontréle esperándome, sombrero en mano, en el vestíbulo o «asubiadero» de un santuario que hay allí.

Palabra del Dia

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