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Actualizado: 22 de mayo de 2025
¡Me hace usted daño! ¡Déjeme! ¡Obedece! ¡No! ¡Obedece! Lea lanzó un grito desesperado y se retorció, con las lágrimas en los ojos. ¡Oh! Me martiriza usted... ¡Cobarde! ¡Obedece, mal bicho, ó te rompo el brazo! Aquel hombre cataba espantoso de furor y el pensamiento de un asesinato aparecía en sus ojos. Lea cayó de rodillas enloquecida.
Alicia sonrió ante este homenaje público. El pobre pianista, hiciese lo que hiciese, no comprometía. Gracias, Spadoni; cuente con mi gratitud. Vaya pensando lo que desea: una casa, un yate, tal vez un piano con teclas de brillantes... Miguel la escuchó asombrado. Hablaba de buena fe: parecía enloquecida por su fortuna. Pero el músico se alejó de ellos. Necesitaba estar solo.
El mundo estaba frío, sin alma y sin piedad; contemplaba su marcha penosa sin un impulso de misericordia. ¡Morir de hambre!... Por él, que fuese al momento: descansaría de una vez. Pero ¿y aquella infeliz que le aguardaba, enferma y casi enloquecida, como si no pudiese con el peso de sus entrañas? ¿Cuál iba a ser su suerte?...
Palabra del Dia
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