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Su actitud era la misma de siempre, su manera de razonar no había perdido ni un ápice de la fuerza habitual. Obraba, pensaba, resolvía como si jamás hubiera sufrido el más leve embate de la suerte; pero había en él un no qué indefinible, algo así como las manchas rojas que aparecen en las vestiduras de un soldado herido.

Reinaba un gran silencio. El galán no apartaba los ojos de la rugosa muralla, a cuyo pie la roca granítica, rebajada por manos inmemoriales, remeda el embate de un mar.

De nuevo los enhiestos cocoteros, lisos en su tronco coronado por la diadema de apiñados frutos; el banano, cuyas ramas ceden al grave peso del racimo; el frondoso caracolí, cubriendo con su ramaje dilatado, el mundo anónimo que crece a sus pies, se ampara de él y duerme tranquilo a su sombra, como las humildes aldeas bajo la guarda del castillo feudal que clava la garra de sus cimientos en la roca y resiste inmutable al empujo de los hombres y al embate del huracán!

Amarás mis canciones, yo el encanto que suspira tu ternura; mis versos, yo tus sones, a tu dueño, yo a mi lira ¡qué ventura! Almas para el bien nacidas que perdidos sus lamentos gimen solas, naves son ¡ay! sumergidas al embate de los vientos y las olas. ¿Lloras mi lira? ¿Estás triste? No nos suma en sus abismos la amargura.

Hasta á pie me hundía á cada paso que daba, sintiendo bajo mis plantas un horroroso embate, cual si el abismo me acariciara, me invitara ó atrajera, agarrándome por debajo. Sin embargo, logré encaramarme en la roca, llegar á la gigantesca abadía, claustro, fortaleza y cárcel, de una sublimidad atroz, digna en verdad del paisaje. No es este lugar á propósito para la descripción de aquel monumento.

Para alegrarme en la hórrida cruzada que libro, redimiendo mi inocencia, me basta con mirar la cumbre ansiada y contemplar sin manchas mi conciencia. Sin armas entró en lid mi adversario, y afrontó con valor el rudo embate. La pluma puede el púgil literario convertirla en espacia de combate... ¡Nunca fuí estoico! El gladio yo he blandido, siendo infante en el trágico espoliario.

¿Porqué engreirte con la vana gloria de ver a tu Metrópoli vencida ciñéndote el laurel de la victoria? Aquí España cayó como el suicida a quien del goce lúbrico el veneno poco a poco arrancando fué la vida. No surgió un sólo ánimo sereno, que al presentir tu arrollador embate se lanzase a morir honrado y bueno. ¡; bien lo sabes !