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Actualizado: 16 de junio de 2025


Hombre tan serio como Palomino habla de un religioso de una santa cartuja a quien hubieron de quitar de la celda una imagen de María Santísima, de suma perfección, porque su mucha hermosura le provocaba a deshonestidad; y el P. Interian de Ayala exclama indignado: «Porque ¿a qué viene el pintar a la Virgen, maestra y dechado de todas las vírgenes, descubierta la cabeza? ¿A qué el cabello rubio esparcido y tendido por el blanco cuello? ¿A qué sin tapar decentemente aquellos pechos que mamó el Criador del mundo? ¿A qué, finalmente el pintar sus pies o totalmente desnudos o cubiertos con poca decencia?» . De modo que hasta la Concepción de Murillo, acaso la expresión más poética del arte católico, vino a ser sospechosa.

Aún no demostraban su lenguaje y modales completa perversión, más ya sabía desplegar a modo de recursos seguros, el licencioso desparpajo y la franca deshonestidad de quien para vivir se pone precio, esperando acrecentar con el estímulo el deseo, y con el impudor la ganancia.

El autor, por cierto admirable prosista cuyo nombre ha sido olvidado injustamente en las historias de nuestra literatura, que con más claridad y energía supo expresar esta hostilidad al desnudo, aunque exagerando como era natural sus peligros, fue el carmelita Fray José de Jesús María. «El sentido de la vista dice es más eficaz que el del oído, y sus objetos arrebatan el animo con mayor violencia; y así es más vehemente la moción que despierta la deshonestidad con las pinturas lascivas, que con las palabras; y tienen menos reparo las especies y memorias que entran por los ojos que las que se perciben por los oídos; porque las palabras pintan una cosa ausente o ya pasada, pero las pinturas la figuran presente... Y así los pintores cuando hacen figuras fabulosas y lascivas cooperan con el demonio, granjeándole tributarios y aumentando el reino del infierno.

Palabra del Dia

rigoleto

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