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Por desgracia resulta que Cabrera, que así se llama el marido de Lully, es un señorito tan grosero y vulgar de sentimientos que, a los pocos días de casado, se tima o se pone en relaciones pecaminosas con las daifas o zuripantas, que encuentra a su paso en el viaje de novios. No son ya posibles la devoción y el afecto conyugales con que había soñado Lully. Nuevo ideal por tierra.
Tenía miedo de estos enternecimientos que no servían para nada». La luna la miraba a ella con un ojo solo, metido el otro en el abismo; los eucaliptus de Frígilis inclinando leve y majestuosamente su copa, se acercaban unos a otros, cuchicheando, como diciéndose discretamente lo que pensaban de aquella loca, de aquella mujer sin madre, sin hijos, sin amor, que había jurado fidelidad eterna a un hombre que prefería un buen macho de perdiz a todas las caricias conyugales.
Pues entonces, las pagaba todas juntas. Porque además Emma se reservaba el derecho de vengarse de los antiguos despojos que había tolerado antes, sacándole a relucir sus trampas a D. Nepo, justamente en aquellos días de sus desgracias conyugales... ¡Qué risa! ¡Qué oportunidad para ponerle en un apuro!
Palabra del Dia
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