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Actualizado: 25 de junio de 2025
En un banco cercano están sentados Cleto Rejones y el tío Merlín, con su habitual expresión de travesura. De pie, y retratadas en su semblante la indignación y la repugnancia que la escena le produce, el madrileño, junto á su fiel amigo don Silvestre, que participa, por simpatía, de la situación moral del primero. Oigamos lo que allí pasa.
Condeno á Cleto Rejones á quedarse con la paré derribada, si él no la quiere levantar por su cuenta, y á pagar las costas del juicio, como son: Una peseta de papel; Dos reales para el secretario, Y doce cuartos para el alguacil. Item.
Pero nunca llegué a comprender el afán que por asistir al baile había manifestado tantos días seguidos don Cleto, que hizo toda la noche de una silla cama y del estruendo arrullo; no entiendo todavía a don Jorge cuando dice que estuvo en la función, habiéndole visto desde que entró hasta que salió en derredor de una mesa en un verdadero écarté.
Al cabo de un rato bien largo de toser, cambiar de punto de apoyo, manosear el sombrero y luchar con sus greñas, comenzó así el aldeano: Pues, señor, yo soy, pa lo que usté mande, Cleto Rejones, y vivo aquí, á la esquierda, cancia la juenti, como el que tira á la mies del Jalecho, en una casa sola que usté habrá visto al ir á cazar esta mañana..., que tiene un higar delante....
ALCALDE. Mando, sí; pero en acabando yo de hablar. Exponga Cleto Rejones su particular. CLETO. ¿Hablo? ALCALDE. ¡Bárbaro! ¿Pues no me oyes?... CLETO. De modo que como usté me dijo.... ALCALDE. ¿Cantas..., ó te condeno? CLETO. Pos canto y digo. Yo tengo, en primeramente, un güerto cerrado sobre sí y á paré seca.
Palabra del Dia
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