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Actualizado: 4 de junio de 2025
Puede llamarse novela naturalista a Madame Bovary; pero no cabe duda de que Flaubert vivió y murió romántico impenitente, y nadie negará, por de contado, que La Tentación de San Antonio es obra de un desenfrenado idealismo, y que Salambó pinta un mundo tan convencional y tan falso como el de cualquiera otra de las novelas con pretensión de históricas.
María muere, Angelina se retira para olvidar, a un convento, para olvidar un amor que ya adivina amenguado en el perfecto amante de su fantasía. Porque ellas también, a su manera, son resignadas víctimas de la educación sentimental y casi mística. Sus lecturas favoritas, la sarracena ardentía de su sangre española, no les dejan entrever otra ventura que un «amor de exceso» como dijo el poeta, en donde amor y beso fueran síntesis de la eternidad». Pero cuando la vida va a enseñarles la dolorosa experiencia de su fragilidad, ellas no quieren aventurarse por la senda en que la señora de Bovary camina, velada y suspirando, hacia el amor que engaña.
Madame Bovary no tiene sino una personalidad artificiosa, producto casi material, por decirlo así, del ambiente, la época, las mil influencias que Flaubert analiza con sagacidad prodigiosa y que han absorbido en realidad toda la espontaneidad de la mujer. Renée Mauperin, de los Goncourt, otro producto, otra mujer tan deliciosa como generalizada y vulgar.
Palabra del Dia
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