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Actualizado: 18 de junio de 2025


Currita pareció quedarse sorprendida, casi espantada, y paseando por todo el auditorio sus claros ojos admirablemente azorados, dijo con el tonillo lastimero de una niña a quien amenazan con azotes: Pero entendámonos... ¿Qué es lo que ustedes saben?... Que estás nombrada camarera mayor de la Cisterna dijo Isabel Mazacán con todos sus bríos. Currita pensó desmayarse.

Volvióse ella bruscamente a su marido, dejando caer el diploma que tenía en la mano, y él se incorporó asustado, quedándole por la cabeza el paño negro con que se cubría para enfocar la máquina; por debajo asomaban sus bigotes retorcidos, su nariz colgante, sus ojos azorados en aquel momento, fijos en Currita, con la medrosa expresión del escolar desaplicado cogido in fraganti.

Al entrar su hijo volvía la cabeza, sonreía, le llamaba por señas y, después de darle un beso, le empujaba para que se fuese. Un día el niño percibió mucho ir y venir por casa; los criados corrían azorados, cambiaban entre palabras rápidas; los pocos parientes y amigos que visitaban la casa estaban todos allí y tenían unas caras largas, largas, que le aterrorizaban.

Tantos y tantos animales que vivían tranquilamente, se humanizaban y bosquejaban las artes; hoy día azorados, embrutecidos, hanse convertido en bestias. Los monos, reyes de Ceilán, cuya discreción tanta celebridad adquiriera en la India, son ahora unos salvajes horrorosos, ni más ni menos; el brahma de la Creación, el elefante, perseguido, esclavizado, queda reducido á una bestia de carga.

Palabra del Dia

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